Podemos ver todas las imágenes que encontremos del genocidio en Ruanda ocurrido entre abril y junio de 1994, pero esas imágenes no impactarán al espectador, y no sólo porque éste se encuentre protegido frente a todos los shocks que le llegan del mundo exterior, sino también porque las imágenes son muy rápidas, tienen que serlo en los medios de comunicación y, por lo tanto, no nos conceden tiempo. Ni su repetición ni su rapidez nos ayudan a pensar con ellas, a pensar políticamente, a tomar, frente a ellas o con ellas, una posición.
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