Mi última biblioteca estaba en Francia, dentro de un viejo presbiterio de piedra al sur del valle del Loira, en una aldea tranquila de menos de diez casas. Mi compañero y yo elegimos ese lugar porque junto a la casa había un granero, parcialmente derribado siglos atrás, lo bastante grande para albergar mi biblioteca, que para entonces ya tenía treinta y cinco mil libros.



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