Mis dos maletas se deslizaban lentamente por la banda transportadora de la sala de llegadas. Eran viejas, de finales de los sesenta, las había encontrado el día antes de que viniera el camión de la mudanza entre las cosas que mi madre guardaba en el desván, y me las adjudiqué de inmediato, iban bien conmigo y con mi estilo, no del todo contemporáneo ni del todo aerodinámico.


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