Cuando el avión de la KLM por fin tocó suelo estadounidense, los bosnios (personas para quienes hacía solo unos meses los aviones no eran más que finos trazos de humo en el cielo, zigzagueando silenciosamente por encima de sus miserables aldeas), sentados en la cola del aparato, tensos y nerviosos, prorrumpieron en espontáneos aplausos.


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